Qatar, día uno. Empieza el malambo, claro que sí, amigas y amigos. Hay que mover las cachas, el tiempo cotiza tanto como el águila dorada que nos interpela al entrar y salir por el ascensor del hotel Turista, nuestra casa durante esta hermosa aventura llamada Mundial 2022. Les cuento un secreto, nos falló el amigo despertador, pero casi que saltamos de la cama gracias a esa línea de sol tan filosa como una daga que entraba sin permiso rompiendo la defensa de cortinas de la habitación 710.
Salimos disparados hacia la estación de metro dorada, y se llama gold porque si algo no le falta a sus máquinas es ostentación. En el Tik Tok de LA GACETA les comenté la experiencia, es casi como un viaje en Primera clase por el medio que te imagines. Butacas al mejor estilo cine del planeta, aire climatizado y espacio como para hacer una fiesta rave. Bueno, en Qatar todo es así, a todo o nada. Mejor dicho, es el todo por todo.
Creo que con Guillo debíamos haber sido los únicos seres humanos caminando bajo el rayo de sol qatarí a media mañana. La conclusión, justas si las hay, es tan nuestra como la empanada: se los mencioné ayer, el clima del ampuloso emirato es un calco de Tucumán. Estamos acostumbrados a temperatura peores, lo que nos liquida de tuculandia es la humedad. Acá es más seca y eso la hace llevadera, pese a que de instantes sentís como la brisa de arena te invita a pensar en lo que sería tu cuerpo si un vientito más holgado en potencia pasaría por tu humanidad cual cortina. Nos convertiríamos en milanesas caminantes. Ayer no nos pasó.
Ahora, dentro de la estación del Museo Nacional de Qatar,- madre mía (hola, ma!), qué predio, qué lujo, qué diseño-, empezamos a adentrarnos en las entrañas de la estación, estilo topos. Una escalera hacia abajo, otra un poco menos y así hasta subirnos a un tren bala silencioso y espectacular. Daba ganas de hacer el viaje ida y vuelta sin cortes ni propagandas. Pero había que avanzar, a eso vinimos.
Vale aclarar que si tus ojos se levantan mimosos, es probable que haya un litigio por infidelidad entre ambos. Cada edificio tiene su encanto, cada salón tiene su encanto, cada caminata tiene su encanto; cada vista tiene su encanto. Y todo eso, claro que sí, cortejado por los más de 30 grados centígrados de este invierno que sí te regala una tregua, después de las 5 de la tarde.
Llegamos al centro de prensa de la FIFA donde debíamos cumplir con la formalidad de retirar nuestras credenciales y piramos hacia la estación roja del metro. La paquetería que tiene este lugar es que hay buses exclusivos para la prensa. Lo que no tiene nada de copado, y hasta es medio inentendible entre tanta excelencia, es que los bondis te dejan lejos de los accesos al metro. Acá se respeta el cartel, se respeta el tránsito, pero bueno.
No quiero pasarme de rosca y avanzar mucho en el tiempo de este sábado, pero sí me resultó molesto ver carteles en pequeños colectivos pintados de blanco que decían: Male only. “Hombres solamente”. Costumbres que nos chocan a 100 kilómetros por hora contra una pared. En fin. Lo vi yendo a la concentración argentina.
Luego llegó la peregrinación al fanfestival de la FIFA, el centro de todo, pero de todísimo, eh. casi que lo abrimos, al punto de decirles que éramos nosotros dos y un puñado de hinchas tan atolondrados como estos servidores. Llegamos a las 14, pero el fan fest abría a las 16. No importa, el contexto de rélax (ponele) ayudó a cruzar palabras con extraños que dejaron de serlo; nos ayudó a entender algunas cosas de acá, con los locales y expatriados de otros países que aceptaron trabajar en Qatar pensando en el futuro mejor cuando sea momento de bajar la línea al duro trabajo y pensar en el retiro. En la jubilación.
A todo esto, cuando las puertas del enorme predio se abrieron, aquella pachorra del “no momento Mundial” se derrumbó como castillo de naipes. Mucho tuvo que ver un dj local, un crack el amigo. Fue el que encendió la mecha del punto de encuentro en el que no vas solo a escuchar música, sino también a confraternizar, a comer, a comprar y a jugar al fútbol. Y a tomar cerveza.
La mano venía de lujos hasta que por el altoparlante avisaron de una pausa, había que rezar. Todo bien, su cultura musulmana así lo dicta. El sol ya se había despedido.